Mi cita barcelonesa.

No sabía si narrarla pues me dejó con unas reflexiones muy profundas, que si bien las tenía presentes de ocasiones pasadas, se me olvidaron en la desesperación de la comunicación.

Pero bueno, aquí voy. Lo cité en X cafetería. Es un lugar que encuentro depresivo por el público geronto que lo frecuenta y es mi lugar comodín justamente por ello.

No me produje demasiado, más que una pintadita de pestañas. Este tipo de encuentros hace que cada vez más pierda las expectativas y por ende, la inversión en mi yo visual.

El morbo de las muletas desapareció en seguida ni bien percibí que el fulano caminaba indiferente unos cuantos pasos por delante mío.

Capuccino mediante y charla amena de todo un poco, se me acercó para mostrarme su listilla de películas en Filmaffinity. Ahí noté la proximidad del tacto accidental y no tanto, y luego el beso al que no me resistí a pesar de su cara peluda.

Luego marchamos a un supuesto karaoke y al llegar me propuso ir a tomar cerveza a la habitación del hotel. Decliné la invitación y estuvimos con su grupo deambulando en busca de un lugar para cantar. A esa altura entre mis muletas y el frío, decidí marcharme y sin mediar despedida, paré un taxi.

Llegué a casa en ese estado de balance negativo: gasto en taxi, sensación de vacío, pérdida de tiempo. Me metí al abrigo de mi cama y me dormí.

Él solo escribió para decir que había terminado en el hotel sin karaoke. Respondí por cortesía, pero extrañamente esperaba que se reportase al día siguiente, pero entendí a la perfección que solo fui una posibilidad de un mediocre revolcón.

Entonces borré la aplicación para sumergirme en mi soledad, para soportarme a mí misma en este transitorio estado de discapacidad.

Eso es todo.